En los años 60, dos enfermeras austríacas, Marianne Stöger y Margaritha Pissarek, llegaban a la Isla de Sorok, en Corea del Sur, para atender a los pacientes afectados por la Enfermedad de Hanssen, más conocida como lepra. Apenas habían cumplido los veinte años y ese viaje marcaría sus vidas para siempre. Su estancia en Sorok se prolongó más de 40 años en el caso de Marianne, que fue la primera en llegar, en 1962, y 39 en el de Margaritha, que acudió cuatro años después. Desde el Consejo General de Enfermería de España se suman a la iniciativa puesta en marcha por la Asociación Coreana de Enfermeras para conseguir un millón de firmas y postular a Marianne y Margaritha como candidatas al Nobel de la Paz.
La historia
Su llegada a la isla, no pasó desapercibida. Primero, Marianne, y luego, Margaritha llamaron enseguida la atención. Su aspecto, rubias y de ojos azules -muy diferente al de los coreanos-, y su calidad humana, hizo que sus pacientes las apodaran, a pesar de su juventud, “halme” (abuela en coreano). Más tarde, los medios de comunicación se referirían a ellas como “ángeles de ojos azules” o “ángeles de Sorok”.
Y es que, en aquella época, los pacientes afectados por la enfermedad de Hanssen eran considerados “malditos”, vivían recluidos, eran esterilizados y obligados a realizar trabajos forzosos. Además, los profesionales sanitarios encargados de su cuidado, según recuerdan los propios pacientes, mantenían un distanciamiento físico y emocional que Marianne y Margaritha no estaban dispuestas a perpetuar. Frente a las múltiples capas de guantes que otros profesionales empleaban para atender sus heridas, ellas tocaban a los enfermos con sus manos desnudas, sin importarles las úlceras de su piel o deformidades. Y eso, a pesar de que entonces se pensaba que la lepra era una enfermedad infecciosa.
El hecho de que se considerara que era una enfermedad transmisible por el simple contacto de la piel, llevó a que los hijos de los enfermos fueran separados de sus padres y llevados a centros de acogida. Después, sólo se permitían encuentros organizados, puntuales y sin que hubiera contacto físico. Los padres se colocaban a un lado y los niños a otro y siempre de espaldas al viento, para evitar el contagio. Precisamente, estos niños fueron el motivo por el que Margaritha llegó a la isla. Allí, recuerdan, asumió no sólo su papel de enfermera sino también de madre e intentó dar a estos niños el cariño del que habían sido privados.
El retorno
Cuando Marianne y Margaritha llegaron a la isla, el volumen de pacientes ascendía a los 6.000; en el momento de su partida, se había reducido a 600. Durante los 40 años que permanecieron allí, sólo regresaron a Austria puntualmente, viajes que aprovecharon para recaudar fondos que les permitieran comprar medicamentos y construir instalaciones para los enfermos de Sorok. En 2005, ya mayores y con su salud mermada, decidieron regresar definitivamente a su país natal y lo hicieron con la discreción y la humildad que había caracterizado sus vidas, dejando una carta de agradecimiento por todo el cariño y respeto que habían recibido.
Su vuelta no fue fácil. Marianne tuvo que enfrentarse a un cáncer de colon por el que ha sido operada tres veces y Margaritha padece Alzheimer, una enfermedad que confunde sus pensamientos, pero que no le hecho olvidar su etapa en Sorok, una etapa de entrega y sacrificio que, para ambas, ha sido la mejor de sus vidas.
Apoya la iniciativa
El Nobel es un galardón que se concede siempre en vida. Por ello, el Consejo General de Enfermería de España ha querido respaldar esta iniciativa de la Asociación Coreana de Enfermeras y así movilizar tanto a profesionales como a población general para que apoyen con su firma esta petición y Marianne y Margaritha sean tenidas en cuenta para su nominación al Premio Nobel de la Paz. Todas las enfermeras y ciudadanos que quieran apoyar esta campaña pueden hacerlo en este enlace.
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